Si Julio César, el Senado romano, los padres fundadores americanos o los Reyes Católicos hicieran política hoy, la habrían hecho a través de un “Burofax Premium Plus”, ese instrumento de fina y contundente política usado por Rajoy para resolver el problema separatista y el golpe de Estado que ahora mismo ocurre en España. Nada de aquella frase de “la suerte está echada” a caballo pasando el Rubicón o las retórica de Cicerón, Escipión o Catón. Nada de las varoniles afirmaciones de Washington y demás patriotas americanos frente a la opresión del gobierno inglés. Nada de la firmeza y decisión de Isabel y Fernando. El desgobierno monclovita manda sus ukases en burocratiqués por Burofax, eso sí, Premium plus. Cosas del complejo de la Moncloa. Eso tan complicado de comparecer en rueda de prensa o ante el Parlamento y decir con la retórica política requerida: “Señores, se acabó tanta estupidez”, es demasiado. Al extraordinario nivel de los padres fundadores de la República anti-catalana como Puigdemont, Junqueras y Anna Gabriel (“somos independentistas sin fronteras” dijo) le corresponde en coherencia una respuesta hiper-política de Rajoy y Soraya. ¿Será necesario ver más para darse cuenta de que necesitamos una alternativa política para España? El esperpento post-moderno estúpido es tal que está siendo capaz de despertar algo a los restos de la nación histórica. En su pueblo llano, no así en alguna élite capaz de articularlo.

Así, y sin ser suficiente, parece que cada más día más parte del pueblo español cae en la cuenta de que nuestro país no nos pertenece. Históricamente, compartimos la situación de aquel 711 donde el solar ibérico estaba conquistado por una pequeña banda de extranjeros aunque aparentemente nada había cambiado: las misas se seguían celebrando e incluso algunos visigodos participaban de esa casta extranjera conquistadora.

Pues bien, de lo que dicen las teles y los periodistas a la realidad del país va tanto como de las telenovelas a la realidad emocional humana. Pretender que Rajoy y Puigdemont son adversarios políticos es creerse la telenovela colombiana. Puigdemont es un pobre hombre (como todos los demás “políticos” del régimen oligárquico en España) que ha sido puesto ahí en reemplazo por exigencias de marketing. Un cargo que proclama la separación de una parte de España y reclama democracia sin haber sido elegido, pues no se presentó como candidato a las elecciones autonómicas. Y así, Rajoy y Puigdemont son tuercas de un engranaje extraño a toda España y que la está destruyendo: la oligarquía del 78. En realidad, el sistema oligárquico es tan cerrado y tan auto-referencial que él mismo se crea los problemas (artificiales) que él mismo se postula para afrontar. El nacionalismo en Cataluña es un problema en su gran mayoría generado artificialmente desde arriba. Ha sido creado gracias a la televisión (TV3), la enseñanza (inmersión) y el clientelismo estatal (subvenciones). Un método totalitario que ha implantado una nueva religión en una de las partes más tradicionalmente religiosas de España.

Sin embargo, de momento no tendremos separación de Cataluña “formal”, a pesar de la lógica de subasta y puja en que se han metido los oligarcas catalanes y la indiferencia y apatía de las oligarquías de “Madrit”. ¿Por qué? Pues porque, de momento, no han dado su VºBº los que realmente detentan el país: las oligarquías anglosajonas que controlan Occidente. De momento parece que no toca, a pesar de ciertas interferencias y movimientos inquietantes, como algunas huellas de la OTAN en el “procés”. No parece haber un plan en el Pentágono ni en Langley ni en algún oscuro pasillo de Londres o Washington, pero sí ciertos pensamientos, ciertas ilusiones, ciertas imaginaciones. Los dirigentes separatistas lo saben bien, a pesar de sus intentos por conseguir dicho plan y autorización. Lo cual no obsta para que a rio revuelto, ganancia de pescadores. Las élites anglosajonas no son particularmente amantes de España y están dispuestas a tolerar cierto grado de circo y verbena en esa parte de África que para ellos es este lado de los Pirineos.

El PP, esa fracción del partido único que gestiona España, junto con sus comadres separatistas llegará a un nuevo pacto coyuntural –en este régimen todo es coyuntural, todo es una pura situación- y el enjuague previsible ya se va viendo por Jose Javier Esparza (Cataluña: cada vez se ve más clara la trama), Juan Carlos Bermejo (PP y PSOE negocian la mayor traición de la historia de España), Jesús Cacho (Thelma y Louise al borde del precipicio) o Jorge Sánchez de Castro (Cat «indepe»: un caso de suicidio asistido). En síntesis: con tal de mantener el consenso, el minoritario y estatista separatismo anti-catalán obtendrá un reconocimiento como nación y estructuras todavía más estatales de las que ya tiene. Lógicamente, las primeras víctimas de esto serán los propios catalanes que verán como el poder que tiene sobre sus cabezas y sus hombros crece, la corrupción sube como la espuma, la presión fiscal crece más que la productividad y el fanatismo religioso de un pueblo dividido se alimenta hasta cotas talibanescas. El papel, por cierto, dicho sea de paso, de la Iglesia jerárquica en Cataluña es el de Don Oppas y el arzobispo Elipando respecto de los musulmanes. No sólo no hay crítica alguna a esa religión rival y enemiga del cristianismo como es la religión política del estatismo nacionalista, sino que hay franco apoyo. El criterio teológico-histórico de la Iglesia jerárquica es simplemente inexistente y el discernimiento de espíritus está sustituido por el mensaje de los medios de comunicación del poder. Sólo parte del pueblo llano laico ve claramente lo que el triunfo de la religión nacionalista-estatal significa para la fe viva: secularismo cristiano y fe fanática en un Estado salvador, tierra prometida y nueva Iglesia. Cuando obispos y muchos sacerdotes se den cuenta de esto en Cataluña (y en el resto de Occidente) quizá ya sea tan tarde como inútilmente evidente.

Por lo demás, la política no existe y todo está politizado. Ésta es la paradoja de un momento histórico donde nadie quiere realizar ninguna afirmación ni negación, donde los políticos hablan con tautologías que no implican nada real y al discurso increíblemente post-moderno de Puigdemont le responde el eco de una indolente pregunta blanda y apolítica de los ingenieros legalistas de la Moncloa. Nadie decide cuando hay que decidir y las decisiones reales no se pronuncian. La responsabilidad de decidir y gobernar es evitada cuidadosamente, mientras la única decisión –la de mantener el consenso mafioso-oligárquico en España- es escamoteada al pueblo sufriente que la padece. No hay política como arte de decidir y por tanto todo está politizado, cubierto por un polvo radioactivo invisible que está matando a la nación histórica. La ausencia de un sujeto político español –Rajoy y demás gerentes son meros firmadores de papeles que otros les ponen delante- es la causa del separatismo que está destruyendo Cataluña. La oligarquía mediocre que nos sojuzga y desgobierna entrará en el santoral separatista con no menos méritos que el Padre Pujol y su 3% (en realidad es más). En este caso, la permanente traición al pueblo español en que consiste el actual régimen oligárquico y que ahora se muestra en el caso separatista quizá sólo pueda ser parada por alguna inteligencia en los servicios de ídem, en algunas oscuras esferas intermedias que ideen un modo de que Rajoy firme o consienta en algo que desactive políticamente el separatismo. Porque esperar que la deseable alternativa política para España (una élite organizada alternativa a la actual oligarquía anti-española) llegue a tiempo es quizá pedir demasiado. Sin embargo, en política y particularmente en política española, sólo el caso extremo es capaz a veces de despertar esas oscuras despensas nacionales del pueblo español.